La olla de la Esperanza

Por Daniela Parra Sierra

Es sábado en la mañana, Naiyeska junto a su gran equipo están activos desde temprano para lograr realizar las labores del hogar y así continuamente iniciar el verdadero trabajo del día, que es cocinar para más de 300 personas.

Naiyeska Naiyelin Rodríguez, una mujer venezolana que llegó a Puerto Carreño hace 7 años, por azares de la vida terminó encariñándose de las tierras vichadenses. Sus fines de semana los dedica a atender el comedor comunitario “Hogar de la Misericordia”, que se encuentra en el barrio La Esperanza, en donde llegan más de 300 personas entre niños, niñas, adolescentes y adultos a recibir el almuerzo que no ha fallado en los cuatro años que lleva funcionando.

Naiyeska no es igual a los demás venezolanos que salieron de su país por las dificultades socioeconómicas, la historia de ella es más parecida a miles de mujeres en el mundo que han sufrido de violencia doméstica a manos de su pareja sentimental y su única opción fue huir de su hogar. Con la mirada perdida ella recuerda la infinidad de veces que el padre de sus hijas la golpeaba, pero siempre presidida por palabras de perdón y cambio que jamás llegaron, hasta que un día se dio cuenta de que su vida corría riesgo, por medio de engaños logró salir de la que era su casa, en búsqueda de un futuro prometedor en el cual podría darle una mejor calidad de vida a sus dos hijas, que en aquel entonces tenían 7 y 8 años de edad.

Con la vida empacada en un morral, Naiyeska tomó camino hacía Puerto Ayacucho (Estado Amazonas) en Venezuela, puesto que su idea era llegar a trabajar a las minas, pero los caminos del Dios son impredecibles, encontrando a una señora que le habló de Puerto Carreño en Colombia. “Ella me dijo que aquí había mucho trabajo, que aquí trabajo sobraba, que mejor dicho me pinto esto como el sueño americano”. Esa misma mujer que el día siguiente de animar a Naiyeska desaparece para más nunca saber de ella, aunque la duda de qué tan cierto era esa sobreoferta laboral la impulsó para tomar su morral con rumbo a la capital de Vichada.

No siendo suficiente por todo lo que tuvo que pasar, se encontraba en el puerto sin documentos para poder ingresar y ni un peso para comer o tomar algo. Luego unas horas la dejaron entrar y ahí comienza su historia.

Caminó por horas y horas por las calles de Puerto Carreño, buscando esos trabajos prometedores sin ninguna respuesta positiva hasta caer la tarde, sin haber probado bocado y debajo del inclemente sol carreñense. Con los ojos hundidos de lágrimas y la desolación que se apoderaba de su cuerpo, se sentó frente a la Capitanía de Puerto a llorar, hasta que un señor muy amable se le acerca y decide ayudarla. Marcos Malpica, ese ángel que Dios puso en su camino, fue la primera persona en brindarle una mano amiga ante tanta indiferencia.

Empezó trabajando en la Catedral limpiando y realizando labores varias con pagos diarios que debía repartir entre comida, vivienda y el ahorro para enviar dinero a sus hijas que aún vivían en Venezuela con su padre.

Las dificultades se convirtieron en parte de la rutina de una mujer que sabe qué es pasar necesidades y que la vida se lo seguía recordando; superando la peor inundación en la historia de Puerto Carreño en el 2018 donde debía atravesar calles completamente llenas de agua para poder llegar hasta donde residía, pero su fe en Dios la llevó a tomar más fuerza y salir adelante para cumplir la promesa que le hizo a sus hijas: estar de nuevo juntas.

Un año después de llegar a Puerto Carreño por fin pudo abrazar de nuevo a sus pequeñas, a quienes su padre entregó a su abuela materna en Venezuela al saber qué Naiyeska no volvería más y con tanto esfuerzo y trabajo pudo ahorrar lo suficiente para traerlas hasta su nuevo hogar.

Con tal de salir a flote trabajó en lo que saliera y con su amabilidad conquistó corazones de muchas personas que le abrieron las puertas de su casa para que ella pudiera trabajar y apoyándola en lo que se pudiera, así se fue dando a conocer en el municipio.

Voluntariamente apoyaba comedores comunitarios con trabajo, pero un día dejaron de funcionar, sin embargo, su amor por servir es tan grande que se animó a ser ella la que abriera un comedor comunitario para quienes lo necesitara. Así nació “Hogar de la Misericordia”.

“A mí me encanta y empecé con una ollita, como le dije en ese lado la cocina no había nada y empecé y aquí miren hace cuánto fue eso, empezamos el 31 de octubre de 2020”. Con una sonrisa menciona estas palabras, y un acento de orgullo de ver lo que ha logrado después de tanto sacrificio.

Con sus hijas a su lado, una casa a la cual llamar hogar y un propósito de vida, Naiyeska siente satisfacción de la vida que logró construir en medio de tanta adversidad, ama lo que hace y lo repite constantemente, que ella nació para servir, pero mantener un comedor no es tarea sencilla: “Al principio tal vez no era tan difícil porque era poquito, a medida que va creciendo es difícil, es difícil sostener el comedor de aquel lado con 300 personas y es difícil sostener hace dos años y medio que empecé con el hogar de paso, que yo todo niño que veía, lo quería recoger para ayudarlo”.

No contenta con brindar alimento los fines de semana, se propuso ayudar a niños y niñas que más lo necesitarán y quisieran recibir su ayuda, albergando actualmente cuatro hermanitos venezolanos que perdieron a su madre por culpa del COVID, cuatro niños indígenas que lograron abandonar las calles. Estos siete menores viven, duermen, estudian y se alimentan igual que Naiyeska y sus dos hijas, son parte de su familia que también la integran tres perros y dos gatos.  

Esta gran familia son los precursores para que el comedor se mantenga en pie, porque todos aportan su trabajo para apoyarlo. “Todos los que quieran venir a comer, pueden venir a comer acá. Esto es un milagro, de lo que hace que uno se enamore de esto porque si vienen cien comen con la misma olla que si vienen trescientos”. Habitantes del barrio La Esperanza, Las Escudillas, de las comunidades indígenas cercanas y las no tan cerca empezaron a llegar todos los sábados y domingo sobre el medio día con su plato u olla para recibir la comida que Naiyeska junto a su gran familia con mucho amor les brinda sin costo alguno.

Financiar un comedor que atiende en promedio 300 personas no es nada fácil, empezando que por económico la olla de comida sale en 300 mil pesos colombianos por día, alrededor de mil pesos por plato. En un fin de semana se puede gastar más de 600 mil pesos más los gastos que tiene en el hogar.

Naiyeska tiene una larga lista de personas a las cuales agradece infinitamente por la confianza y ayuda, que son las personas que conocen de primera mano su trabajo y lo difícil que ha sido llegar a donde se encuentra. En el camino ha encontrado nobles corazones que apoyan su comedor con insumos, dinero y trabajo, algunos de manera permanente y otros con aportes esporádicos o de única vez, aun así, es que se ha mantenido por estos años de manera ininterrumpida el comedor comunitario.

Han recibido promesas incumplidas, así como reconocimiento local e internacional, pero aún consideran que les falta apoyo para continuar con la labor por la cual Dios la trajo hasta la capital vichadense: aumentar los días de funcionamiento del comedor.

Otro de sus múltiples propósitos es cambiarles la cara a las navidades para aquellos que más lo necesiten y por quinto año consecutivo decora, organiza novenas y gestiona regalos para los niños y niñas que asisten al comedor, con el fin de que todos tengan las mismas oportunidades. Lamentablemente ese trabajo social no se ve bien recompensado, donde algunas veces ha tenido que sacar dinero prestado o pedir fiado en la tienda para poder cumplir con su compromiso.

Por eso, Naiyeska invita a todo el que tenga la oportunidad de ir a su comedor, que se acerque, que no crean en sus palabras sino en los hechos de ver los rostros felices de muchos que reciben este alimento. Luego de verlo, que se animen a apoyarla.

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