La odisea de los estudiantes vichadenses fuera de su región
Por Edwin Suárez Narváez
Hace una tarde fría y gris en Pamplona, Norte de Santander. En el ambiente hay una amenaza de lluvia que sirve para apurar el paso de cientos de personas que recorren la plaza principal, las calles y los comercios de la ciudad. Pasando el fin de semana, el lunes 8 de abril, la Universidad de Pamplona abre sus puertas para albergar a más de 13.000 estudiantes provenientes de los rincones más inimaginables del país. Entonces, hay que apresurarse con las compras, antes de que terminen de llegar los universitarios y el caos sea peor.
Para Juan Rojas, un joven de 20 años oriundo de Puerto Carreño, Vichada, que desde el 2021 estudia Contaduría Pública en la Universidad, la correría ya es normal. Lleva un par de vacaciones mirando como la ciudad pasa de la soledad y la tranquilidad a la multitud y el bullicio. Juan, a diferencia de muchos de sus compañeros, no sale de Pamplona desde hace un año largo. La falta de recursos económicos lo han privado de visitar a sus familiares incluso durante las fiestas de fin de año.
— La vida aquí para un estudiante que no es nativo es compleja -dice Juan mientras compartimos un café en su cafetería favorita-. La verdad uno se encuentra solo acá en Pamplona.
Juan está lejos de casa estudiando gracias a su determinación y el apoyo de sus padres. Si todo sale bien, él, el segundo de cuatro hermanos, será el primer profesional de la familia. Esta es la historia de Juan Rojas, pero puede ser la historia de decenas de familias en Vichada, en Guainía, en Colombia.
Lejos de casa, Juan ha tenido que aprender a sobrevivir. Para completar el dinero necesario para costear los gastos habituales que tiene en Pamplona: el hospedaje, la alimentación, los servicios de comunicación, fotocopias, etc.; tiene que trabajar, rebuscarse ayudando a sus amigos con las tareas académicas.
Así, con todas esas dificultades, al finalizar el 2024, Juan habrá cursado el octavo semestre.
— ¿Por qué será que nosotros los vichadenses tenemos que buscar oportunidades en otros departamentos? -dice, con la mirada fija en algún punto ubicado a mis espaldas. Es como si hubiese agarrado la pregunta mientras flotaba en el aire-.
La educación superior en Vichada es un privilegio al que no todos pueden acceder. Entre 2018 y 2023, 3.252 jóvenes se graduaron de bachillerato en el departamento, según datos oficiales de la Secretaría de Educación: es decir, un promedio de 540 egresados por año. Según la misma entidad, sólo el 29% de los bachilleres (uno de cada tres) logran matricularse en un programa de pregrado presencial en ciudades como Pamplona, Arauca, Medellín, Villavicencio o Bogotá.
Salir de Vichada a estudiar una carrera profesional tiene muchas barreras. La principal es económica. Los gastos mensuales de sostenimiento de un joven en la ciudad pueden ser de entre 1.200.000 y dos millones de pesos, sin contar el pago del semestre académico. Además, sin algún conocido o familiar que oriente a los jóvenes en la ciudad, su adaptación a la vida en una gran urbe como Bogotá puede resultar complicada sobre todo para quienes pertenecen a la zona rural.
Otra barrera común es la modalidad de acceso a las universidades públicas del país, a través de exámenes de admisión o con el promedio del ICFES. La sede Orinoquía de la Universidad Nacional, ubicada en Arauca, tiene un programa de acceso especial para los estudiantes de la región conocido como PEAMA. Los jóvenes interesados tienen que presentar el tradicional examen de la Unal, pero compiten solo con quienes se postulen en Arauca, Casanare, Guaviare, Guainía, Vichada y algunos municipios de los departamentos de Boyacá, Meta y Norte de Santander.
Pero, a juzgar por las cifras, el PEAMA no ha tenido la suficiente eficiencia. Entre 2008 y el primer semestre de 2021, de 260 aspirantes vichadenses, solo 57 fueron admitidos. En ese periodo de tiempo al menos 5.000 bachilleres se graduaron en el departamento.
Con los promedios del Icfes pasa algo similar. En el ranking nacional Vichada suele estar entre los últimos lugares. Mientras que en 2023 los 10 colegios con mejor promedio global del país obtuvieron entre 370 y 400 puntos, los cinco mejores colegios de Vichada obtuvieron entre 249 y 272 puntos. Esto al final se traduce en que, por promedios bajitos en el examen del Icfes, muchos jóvenes de la región no logran acceder a las universidades públicas; y pagar una privada, donde el valor del semestre puede arrancar en dos millones y medio de pesos, resulta imposible para la mayoría de las familias.
Otro dato que refleja la complejidad de estudiar fuera del departamento lo entrega la Secretaría de Educación de Vichada. Solo el 4% de los jóvenes que entre 2018 y 2020 lograron ingresar a un programa de educación superior en otros territorios, logró graduarse.
Estudiar directamente en Vichada tampoco es fácil. Las opciones son limitadas. En el departamento no hay universidades presenciales y apenas están presentes en la modalidad a distancia la Uniminuto y la UNAD. Sin embargo, las precariedades de la conectividad en la región también van en detrimento de estas alternativas. De los jóvenes que entre 2018 y 2020 ingresaron a una institución universitaria en el departamento, solo el 13% logró graduarse.
En el año 2004 la Gobernación de Vichada creó el ‘Fondo de Fomento Educativo “MI VICHADA”’ (el cual no está activo en la actualidad) como una estrategia para impulsar el acceso a la educación superior en los jóvenes del departamento. Durante quince años la Administración departamental invirtió cerca de 6.000 millones de pesos en el Fondo. Pero una vez más, las cifras reflejan que muchos vichadenses se quedan por fuera de estrategias como estas. Durante el quindenio, MI VICHADA benefició a 340 estudiantes, un promedio de 23 jóvenes por año. La mayoría de ellos (231) en Puerto Carreño; en el municipio de Cumaribo, el más grande y más poblado del departamento, se beneficiaron apenas 12 personas.
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Dayana Astudillo es otra joven vichadense que estudia Fisioterapia en la Universidad de Pamplona. Cuatro de sus 21 años los ha pasado en esa ciudad incrustada en la cordillera oriental, ubicada a menos de 50 kilómetros del Páramo de Santurbán.
— Mi profesora de primaria era de aquí, -recuerda-. Desde niña siempre había escuchado sobre este lugar.
Cómo Juan, Dayana, la menor de cinco hermanos, será la primera profesional de la familia. Ella también cuenta con el apoyo de sus papás, quienes se encargan de la totalidad de sus gastos y hasta se mudaron de Puerto Carreño a Puerto Gaitán para que pueda visitarlos durante las vacaciones.
Ambos coinciden: Pamplona es económica. La matrícula, subsidiada. La comida, barata. El transporte, innecesario. La ciudad es, al final de cuentas, el lugar apropiado para jóvenes campesinos provenientes de departamentos como Vichada. Aunque no se puede precisar el número de vichadenses en la Unipamplona (la Universidad no respondió nuestro cuestionario), quienes llevan años estudiando allí coinciden en que pueden ser al menos una decena de universitarios vichadenses.
Dayana considera que, a parte de las barreras de acceso a las universidades, los jóvenes de la región se enfrentan a un asunto cultural. Esa es una barrera aún más difícil de sortear.
— A una amiga, sus papás que son campesinos, la mamá le decía que no estudiara, que ella le ayudaba a montar un negocio o que trabajara y que consiguiera marido, -dice Dayana-.
De aproximadamente 30 estudiantes que se graduaron del bachillerato junto con Dayana, solo unos 10, dice ella, continuaron los estudios universitarios. «El resto decía que no, que sus papás no tenían la economía o que no tenían la posibilidad porque hay una barrera de que es muy difícil, de que todo muy caro, de que eso es para la gente que tiene dinero».
La falta de información es crítica. Nadie les habla a los jóvenes de las opciones, de los subsidios, de las posibilidades. «Nunca hay buena comunicación con eso», lamenta Dayana. «Nunca van a un colegio y les explican a los estudiantes».
Pero Dayana y Juan están aquí. Rompiendo barreras, desafiando estadísticas. Juan sueña con ayudar a sus padres, a sus hermanos. Dayana piensa en hacer prácticas en España, en una especialización. «Yo me quiero ir», confiesa.
La universidad los ha cambiado. Les ha abierto horizontes, les ha mostrado un mundo más allá del llano. «Aquí hay muchas cosas que favorecen al estudiante», dice Dayana. Juan Diego asiente: «Siempre es un riesgo que se debe tomar si uno quiere aprovechar las oportunidades».
Y están aprovechando esas oportunidades no solo por ellos. Es por sus familias, por sus comunidades. Es por ese Vichada lejano que los vio partir y que espera, algún día, verlos regresar convertidos en profesionales. En la prueba viviente de que sí se puede, de que los sueños, con esfuerzo y determinación, pueden hacerse realidad.
Incluso si para ello hay que viajar 700 kilómetros, enfrentarse a la soledad y al frío de una ciudad desconocida. Incluso si hay que trabajar duro, estudiar más duro aún. Incluso si hay que romper con generaciones de tradición, con expectativas familiares, con la «cultura del campo».
Porque al final, como dice Dayana, «si lo queremos, lo logramos». Y ellos, Juan y Dayana, lo quieren. Lo quieren con todas sus fuerzas.
Excelente nota! Mi hija en el 2020 tuvo un puntaje Icfes de 357 y aunque fui a la Secretaria de educación a buscar apoyo para sus estudios universitarios pues ni información dieron. Pero eso sí sacan pecho!