Pequeñas iniciativas que dinamizan la economía y dignifican el trabajo
Durante décadas el trabajo de muchas mujeres, hombres y familias enteras que se han dedicado al emprendimiento local, ha pasado desapercibido en nuestra región.
Hoy EL MORICHAL rinde un homenaje a esos hombres y mujeres que se destacan día a día en sus faenas de trabajo y que, además han impactado significativamente en la generación de empleos a otras familias de escasos recursos, han dinamizado la economía de ciudades como Puerto Carreño e Inírida y, sobre todo, dejan en alto las raíces, modos y costumbres de estas tierras.
Una vida dedicada a la gastronomía
Desde hace 35 años doña Ana Martina Marín de Alvarado ha brindado exquisiteces a los carreñenses y ha logrado cautivar los paladares más exigentes de visitantes nacionales y extranjeros. Es una digna representante de la cocina tradicional llanera.
Junto a su esposo, don Ramón Eladio Alvarado, fallecido en 2011, logró criar a sus cinco hijos: Emilse, Yamilet, Araminta, Eladia y Argencio, gracias a su emprendimiento gastronómico. Desde siempre, sus principales herramientas han sido una sazón inigualable y unas viejas topias para activar el fogón.
“Nuestra comida gusta mucho, porque son netamente llaneras, sencillas, pero con buen sazón”, dijo Yamilet Alvarado Marín, una de las hijas de la familia.
Dentro de los platos típicos que venden se encuentran la tradicional hallaca y carne a la llanera, las rellenas de marrano, la lechona, las picadas, el cerdo frito, cachapas de maíz, los tamales y cualquier petición con olor y sabor campesino.
“Nosotros los llaneros no nos varamos en nada, a todas partes íbamos a vender, a todas las instituciones públicas para el almuerzo, y muchas veces nos contrataban para cenas importantes. Participábamos en eventos icónicos como el Corrido Llanero, vendiendo nuestros alimentos y hasta en ferias gastronómicas locales”, explica.
La mujer que por décadas ha aportado con su trabajo y sus ventas a la sociedad de la capital vichadense tiene actualmente 82 años de edad. El paso del tiempo le ha traído a doña Ana severos problemas de salud que le impiden cocinar, pero siente la tranquilidad de que su legado y secreto culinario se mantiene activo. Ahora son sus hijos y nietos emprenden día a día con la preparación de la comida típica del oriente colombiano.
“Me siento privilegiada con la herencia gastronómica que mi madre nos dio. Nuestras hallacas se comen también en otros departamentos. La gente nos encarga y se llevan por yate o por avión”, aseguró Araminta, otra de las hijas.
La tradición comercial sigue en pie y en cada uno de los casi 50 miembros de la familia Alvarado Marín. “No queremos dejar la tradición de nuestros padres, por eso nosotros seguimos la misma ruta que ellos tenían cuando nosotros éramos pequeños. Nuestros hijos también llevan la herencia gastronómica además que es un buen emprendimiento, una manera de trabajar y beneficiar a muchas personas”, dijo Emilse Alvarado.
Artesanías indígenas
Otra historia de lucha y trabajo, es la de Yuraima Caribán Gómez, una indígena de 52 años de edad, que ha dedicado 40 a la elaboración de artesanías y piezas manuales decorativas; arte que aprendió de forma empírica y bajo el legado de sus padres.
“Tengo muchos años en esto, desde que tenía 12. Mis abuelos me enseñaron a coser, a tejer con fibras de palmas, sacabamos cogollos y realizábamos cestas, bolsos. Ahora yo vendo cestas, paneras, gallinitas con tapa, porta vasos, mochilas, ganchos, adornos para el hogar. Algunos realizados en fibra de moriche y otros artículos decorativos en palo e´ boya, palo de Brasil y azabaches, todos hechos a mano y con mucho cariño”, explicó, sin parar de trabajar.
Desde el 2011 esta mujer sikuani con raíces colombo venezolanas, de origen humilde, se ubica diariamente junto a la Catedral Nuestra Señora del Carmen de Puerto Carreño para exhibir sus productos. “Hay veces que la gente nos compra, hay veces que no. Pero con esto nos alcanza de poquito para comprar comidita para mis hijos y mis siete nietos. Vendemos económico y a veces rematamos para que todos quedemos contentos”.
Pero los productos de Yuraima trascienden las fronteras regionales. Son enviados hacia Inírida (Guainía) donde unos familiares también los comercializan.
Caribán Gómez es una instructora innata, siempre está dispuesta a enseñar, a compartir saberes y aportar sus conocimientos artesanales con los niños y jóvenes. Cree que las autoridades relacionadas al quehacer cultural y turístico deben acompañarlos más para visibilizar sus emprendimientos e incentivar a la economía local, pues su promedio en ventas es escaso y puede llegar a ganar entre 2 mil a 40 mil pesos en un día.
“A nosotros no nos gusta pedir dinero, nosotros somos trabajadores y nos gusta trabajar, producir. Acá no le pedimos dinero regalado a la gente, todo es por trabajo, nuestras artesanías son muy bonitas, coloridas y de gran calidad para los turistas y la gente de acá. Solo nos gustaría que nos ayudaran a promocionar más nuestro emprendimiento para que más personas se beneficien con lo que hacemos, sobre todo los turistas, para que se sigan llevando una buena imagen de Carreño”, precisó.
Las ‘manaqueras’ de Inírida
En la esquina de la vieja concha acústica, al lado de Palo Chismes en el centro de Inírida, todos los días, mujeres arman su puesto para vender ‘yucuta de manaca’.
Tienen una mesa de plástico en donde ponen un balde transparente con tapa y una llave -similar a un termo gigante- para sacar la bebida. Al lado, en la misma mesa, tienen los vasitos desechables con mañoco de almidón y mañoco amarillo. Listas para atender a la clientela local y algún que otro turista que llega.
La ‘yucuta de manaca’ es una bebida a base jugo de manaca con mañoco, sea de almidón o amarillo, producto de la yuca. “Tenemos de diferentes precios: de mil, de dos mil, dependiendo de lo que el cliente quiera”, dice una de las vendedoras.
Tomar manaca en Inírida es típico, es como tomarse un ‘cholao’ en Cali o una mazamorra paisa’ en Medellín, pues, en todo el pueblo hay puestos de venta de yucuta de manaca. Se volvió tan apetecida esta bebida que algunos ya la piden con azúcar, y no puede faltar en las remesas que se envían a las familias al interior del país.
En la plaza
Son las 10:00 de la mañana y la plaza está llena de gente. Marleny Gaitán Medina es una de las vendedoras de manaca. Es madre de tres hijos, indígena de la etnia piapoco, nativa de Inírida y lleva tres años ofreciendo el producto. Dice que es un oficio como cualquier otro y se siente orgullosa de hacerlo, aunque tampoco es fácil.
A lado izquierdo de Marleny está Juheidy Lievano, una joven metense radicada hace varios años en la capital del Guainía, quien lleva más de dos años trabajando como manaquera. Es la líder, la vocera de las vendedoras de manaca de la plaza.
Las ventas en el día varían mucho. Pueden vender entre 80 mil, 100 mil y 150 mil pesos o más: como pueden tener días malos y no vender nada. EL MORICHAL habló con ellas para conocer sobre su oficio en medio de la pandemia.
¿Cómo se prepara la manaca?
Marleny Gaitán: Primero se lava la manaca, luego se tibia con agua, se retira del fuego y se deja media hora aproximadamente en reposo para luego pilarlo con agua limpia y colarlo, pero se tiene que ir mirando para que quede espesito, y se toma con mañoco de almidón o amarillo, se le puede poner azúcar y hielo para que se enfríe.
¿Qué piensa de su oficio?
Marleny Gaitán: Ahora todo mundo quiere manaca, a veces nos piden de afuera, es un oficio bueno, nosotros estamos trabajando dignamente, no le estamos robando a nadie y le pedimos a la policía, a la alcaldía que nos dejen trabajar tranquilas.
¿La pandemia les ha afectado negativamente en las ventas?
Marleny Gaitán: Sí, claro que sí, pero uno tiene que responder por los servicios, por la alimentación, yo no tengo un trabajo fijo, así que toca arriesgarnos a salir a trabajar. Yo vivo de esto. También ha llegado mucho venezolano, vaya y mire en el puerto, en todos lados, nos han reducido los clientes.
¿Les cobran por vender aquí?
Marleny Gaitán: La alcaldía nos había dicho que trabajáramos tres meses gratis, y antes nos han subido el precio de lo que tenemos que pagar por estar aquí. Primero pagamos 13 mil pesos, y ahora nos subieron a 18 mil pesos, y que tenemos que pagar tres meses adelantados, nos dicen allá en la renta, donde uno paga.
¿Han tenido inconvenientes por ocupar el espacio público?
Juheidy Liévano: Sí, cuando comenzó la pandemia fue difícil, estábamos dos semanas y vino la inspectora con un grupo de policías y nos sacó, porque no se podía trabajar. Ella nos quitó ese derecho al trabajo, nosotros hicimos una protesta frente a la gobernación, nos reunimos con la alcaldía y la gobernación, la inspectora nunca llegó, y a pesar de que nunca nos dieron una solución nosotros seguimos acá, con todas las medidas de bioseguridad.
¿Qué les piden para vender aquí?
Juheidy Liévano: Tenemos un permiso que nos dio la alcaldía, la factura que se paga en Supergiros ellos lo sellan, además tenemos que tener manipulación de alimentos que vale 30 mil pesos. Este es nuestro punto de trabajo y por eso procuramos mantenerlo limpio.
Algo si tienen las manaqueras de Inírida, además de lo delicioso de la ‘yucuta de manaca’, es la buena atención con la que atienden a sus clientes.
Para la elaboración de este artículo, José Eduardo León reportó desde Inírida y Gardenia Rebolledo desde Puerto Carreño.