Hasta debajo de las piedras

Por José Luis Jaramillo*

Dentro de los diferentes líos administrativos que ha tenido este país, siempre queda el asunto de las fronteras internas, generalmente emanadas de señores de corbata acomodados en sillones de cuero calientes y chillones de alguna oficina de Bogotá. Los Llanos Orientales y la Amazonía han sido vivos ejemplos de esto. Para mí, como hijo de San Martín de los Llanos, en el departamento del Meta, es chistoso ver como el nombre del municipio rebota de un lado a otro dentro de los muchos documentos y papeles históricos sobre la división política y administrativa del país. Cuando me dispuse a escribir esta columna, me topé con que uno de los diferentes territorios bajo la jurisdicción de San Martín fue lo que actualmente se conoce como Vichada. Esto, junto a las historias fantásticas del Expreso Ganadero que me contaron los pescadores de Cabuyaro, me dan más ganas echarme la pasada.

El actual territorio del Vichada ha estado bajo diferentes jurisdicciones y ha tenido diferentes capitales. Perteneció a la jurisdicción de Bogotá, de Cundinamarca, de San Martín y de la Intendencia del Meta antes de ser erigido, en 1991, como departamento con capital en Puerto Carreño. Esto, sumado a las constantes descripciones de los Llanos como territorios de frontera (tema muy abordado por la antropóloga Jane M. Raush) y los territorios amazónicos como “infierno verde” da cuenta de cómo las elites bogotanas han estado siempre más interesadas en explotar los recursos del país que en generar un país para todos. Todo lo que no fuera andino era salvaje para las élites (pista: vaina que continúa), incivilizado, inculto. El campesino del conuco, el vaquero de la sabana, el hacendado, el indígena, el afro… tampoco es que ellos fueran muy blancos que digamos, pero la ignorancia es atrevida y más aún entre los altos cargos de la nación.

Por estas épocas sucedió el llamado “día de la raza”, que siempre me ha parecido una cosa rarísima. Se celebra la invasión española y, contradictoriamente, la identidad latinoamericana, la igualdad entre los diferentes pueblos. Obviamente hay un elefante blanco aquí. Pero siempre es chistoso, cuanto menos, ponerse en modo celebración cuando las diferencias siguen siendo tan marcadas entre el centro y las periferias: bajos niveles educativos, deserción escolar, trabajo infantil, sueldos indignos, falta de capacitación, falta de acceso a la educación superior, tierras y tierras arrendadas o vendidas a señores feudales de corbata y sombrero que prometen oportunidades pero no son más que agentes de economías extractivas multinacionales quienes todo se llevan y nada dejan. Tierras vueltas desiertos por la sobre explotación, salarios miserables, fundaciones de papel cuyo único fin es la pose más bonita en la foto del informe para justificar la deducción de impuestos. Para la capital y para el mundo seguimos siendo esos salvajes de la periferia, solo que ahora nuestras costumbres, historia y tradiciones son atractivos turísticos, mercancías y fetiches de venta al mejor postor.

En fin, que me muero de ganas por visitar Puerto Carreño, por recorrer Vichada y todos sus caminos a ver si me encuentro a los cafuches escapados del redil, como me ha pasado tanto en los muchos viajes por el departamento del Meta. Eso es lo bonito de ser antropólogo. Hijos, nietos, bisnietos de la cajuchada, no importa, ¿llegaré a importunar? ¿a ser otro sanmartinero más de esos que salen hasta debajo de las piedras? No sé, pero me gustaría averiguarlo…

* Este artículo hace parte de la colaboración ente EL MORICHAL y la Fundación Cultural Llano Adentro

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