Sin memoria, el futuro se corrompe en nuestras manos

Por: Ancízar Cadavid Restrepo
Hace 45 años, en la primera semana de 1979, aterricé en las ardientes arenas de Inírida. Mi corazón de misionero que se estrenaba latía a mil. Cuatro años después tuve que abandonar esa bella tierra y sus gentes a las que nunca he querido dejar de amar. Salí por orden de un obispo soberbio y prepotente.
Para no olvidar lo que yo he hecho en mi vida y lo que la vida ha hecho en mí, casi todos los días hago el ejercicio de recordar. Entreno la memoria. Siempre mirando lo que viene, el ejercicio de la memoria no deja que el futuro se corrompa en mis manos o que las tentaciones de la mediocridad me arrastren en sus seductoras aguas o que los poderes me atrapen el presente en sus redes maléficas.
En esos 1.460 días que alcancé a caminar con las gentes que luchaban una pesada existencia en las orillas de los ríos Inírida, Guaviare, Atabapo, Guainía y Negro, sucedieron por primera vez muchas cosas que nunca antes sus gentes habían imaginado:
1. Por primera vez marchamos el Primero de Mayo, Día Internacional de Mujeres y Hombres Trabajadores. No más de veinte personas, dos monjas, cuatro seminaristas, unas doce mujeres del pueblo y yo. Pero, sin que así lo hubiéramos pensado, ahí, justo ahí, nació la primera organización de mujeres que se pensaban, que se congregaban y que se entendían, desde el otro lado de los mandatos patriarcalistas, como personas con deberes y derechos. Y se dio el nombre de ORFEGUA: Organización Femenina del Guainía. Era en 1979.
2. Hacia mediados de 1980, mujeres y hombres líderes indígenas habían viajado hasta Bogotá y Popayán para conocer desde dentro la ONIC, Organización Nacional Indígena de Colombia y el CRIC, Consejo Regional Indígena del Cauca. En esos intercambios y en mucha escuela itinerante que hacíamos por ríos y caños, equipados con fotos, las comunidades autóctonas fueron entendiendo que su sobrevivencia, su soberanía, su digno vivir y sus derechos podrían salvaguardarse solamente con la organización. Y nació el CRIGUA, Consejo Regional Indígena del Guainía. Tal vez lo que hoy exista como Crigua se parezca poco a lo que nació esa vez con fuerza y con sentido de clase social oprimida. No lo sé, pero esa vez las cosas no se quedaron como siempre habían sido.
3. Como era duro el engaño, como el sistema de endeude perpetuo que los comerciantes de entonces aplicaban sin piedad contra el trabajo quemante y lleno de riesgos de los indígenas en la selva, era urgente inventar talanqueras contra el oprobio, y nació USERCO, Unión de Servicios Comunitarios y Cooperativos. Pasaba en ese mismo milagroso año de 1980. Los indígenas aprendieron lo que era ahorrar, vender a buen precio, comprar pagando precios justos. La balanza social se equilibraba un poco: los que nunca habían tenido nada, empezaron a tener, sobre todo, dignidad y confianza en sí mismos. Y los que eran ricos absolutos tuvieron un poco menos, pero les creció por dentro una rabia diabólica que los hizo maquinar contra la misión.
4. En octubre de 1982, entre el Estatuto de Seguridad del presidente Turbay, la rabia de los comerciantes ricos, la férula del obispo y testimonios de muchachos ingenuos manipulados, declararon que yo era subversivo y ordenaron mi detención. A las tres de la tarde de un sábado me montaron en un avión, me volcaron en un patio del DAS en Villavicencio, en la VII Brigada Militar luego y, finalmente, en una casa religiosa en calidad de detenido como preso político. Mi delito, enseñar a la gente a pensar, a pensar su historia, a mantener viva la memoria y a salvaguardar su dignidad. Volví a Inírida unas semanas después, pero la dicha fue corta, el obispo me ordenó, dos años después, abandonar la misión cuando preparábamos comunitariamente y en las distintas organizaciones, las alegrías del Año Nuevo.
¿Para qué estas memorias? Como el pueblo de Israel -pueblo del que nació después el Jesús de Nazaret- que tenía sus “credos históricos” o ritos de la memoria y los recitaba en sus rituales para que nunca volviera la esclavitud de los faraones, las nuevas generaciones del Guainía tienen que ejercitar la memoria histórica para llegar a comprender la magnitud del compromiso que tienen con el presente y con el futuro: Hacer del Guainía una tierra de digno vivir para todas las personas que lo habitan.

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