La mujer rural y campesina: Panorama de resiliencia

Por Leni Viviana Murcia Naranjo

“Las mujeres rurales y campesinas representan alrededor del 50% de la fuerza formal de producción de alimentos en el mundo”, una afirmación de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación -FAO-, que implica reconocer el rol de la mujer en la soberanía, autonomía y seguridad alimentaria, la preservación de la biodiversidad, el mejoramiento de prácticas agroecológicas y la movilización comunitaria. En este sentido, se precisa que, en las zonas rurales de Colombia, el 83,6% de las mujeres se identifican subjetivamente como campesinas.

A propósito, las mujeres rurales y campesinas de Colombia han logrado incorporarse, liderar y poner en las agendas comunitarias, gubernamentales e incluso internacionales, temas como la preservación y redistribución de las tierras, el acceso progresivo a la propiedad rural, la defensa de los recursos naturales, las acciones que contrarrestan los efectos del cambio climático, procesos de reforestación, proyectos productivos basados en esquemas económicos solidarios, promoción de derechos humanos, adopción de modelos de educación con enfoque de género, enfoque agrario y campesino y, fomento de actividades que consoliden la paz.

Sin embargo, el liderazgo campesino-femenino se realiza paralelamente con el trabajo productivo y el trabajo de cuidados, e incluso, se ve gravemente afectado por las diversas formas de violencia y represión ejercidas por el Estado, agentes paraestatales, grupos armados o criminales de cualquier índole. Las cifras son escabrosas, en el año 2023 según informe de la Defensoría del Pueblo, fueron asesinados 13 líderes campesinos -una de ellas una mujer lideresa-, y en el año 2024 van contando diez mujeres lideresas campesinas asesinadas, de acuerdo con las cifras presentadas por Indepaz.

En Colombia, la Constitución Política, el Acuerdo de Paz, la Ley 731 de 2002 y diferentes normas expedidas relacionadas con el tema, imponen a la sociedad y al Estado una serie de obligaciones para que se mejore la calidad de vida de las mujeres rurales, se prioricen las estrategias para las mujeres de bajos recursos y se consagren medidas específicas encaminadas a acelerar la equidad entre el hombre y la mujer rural.

A pesar de esto, según algunos datos proporcionados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE-, se observa que el promedio total de horas de trabajo diario de las mujeres rurales es mayor al de los hombres y la mayor parte de ese trabajo es no remunerado, “en las zonas rurales las mujeres trabajan en promedio 1 hora con 11 minutos más que los hombres al día”, así mismo, se enfatiza que en las zonas rurales las percepciones sobre los estereotipos de género son más marcadas que en las zonas urbanas, por ejemplo, el porcentaje de personas en zonas rurales que se encuentran muy de acuerdo con la afirmación “el deber de un hombre es ganar dinero, el deber de la mujer es cuidar del hogar y la familia” es 12,1 puntos porcentuales mayor que en las zonas urbanas, incluso, en el indicador de tasa de desempleo, “la brecha de género para en la zona rural (centros poblados y rural disperso) fue de 7,4 puntos porcentuales en 2019 y en la urbana fue de 4,5 puntos porcentuales (GEIH)”.

El panorama puede lucir desesperanzador pero las mujeres rurales y campesinas han hallado formas de superación de las realidades que pretenden marginarlas e invisibilizarlas. Ellas son un sinónimo de resiliencia y resistencia, pues avanzan a pesar del machismo y la estructura patriarcal del Estado y del modelo económico desigual que limita el reconocimiento y la plena valoración de su trabajo en el campo, la comunidad y el territorio.

Los mercados campesinos, el fomento de redes solidarias femeninas, los emprendimientos de mujeres, jóvenes y niñas, las juntas de acción comunal con integración paritaria de hombres y mujeres, el acceso a las actividades políticas y de activismo, las estrategias de educación y comunicación rural y campesina, y las actividades que identifican los conocimientos tradicionales ejercidos por parteras, yerbateras, agricultoras, huerteras, son tan solo algunos ejemplos que constituyen el amplio panorama de resiliencia que la mujer rural y campesina ha creado para sí misma y las demás.

La participación de las mujeres rurales y campesinas en ámbitos diferentes a los diseñados por los estereotipos sociales y culturales -acerca de la supuesta debilidad inherente a la condición de ser mujer y del rol que se le asigna en la sociedad como madre y cuidadora-, demuestra el gran impacto que tiene el liderazgo femenino individual y colectivo para deconstruir los roles de género y resignificar su contribución en el campo.

Las mujeres rurales y campesinas son protagonistas en el desarrollo de las regiones, desde un enfoque equitativo, justo y sostenible. Por ende, la mujer rural y campesina genera interseccionalidades con otras identidades regionales y étnicas como la llanera, amazónica, caribeña, andina, del pacífico, la mujer afro y la mujer indígena, todas ellas con sus estrategias de empoderamiento que pretenden mejorar la calidad de vida de sus familias y comunidades.

En conclusión, el panorama de resiliencia de las mujeres rurales y campesinas es una fotografía expansiva y atemporal -que conjuga el pasado, presente y futuro-, con cientos de rostros y voces femeninas protagonistas del desarrollo territorial, la construcción y consolidación de paz y el liderazgo social, político, económico, ambiental y cultural. Mujeres y más mujeres rurales que trabajan, cuidan, lideran y educan -todas merecedoras de reconocimiento-, porque cada una de ellas enaltece al campo colombiano.

* Este artículo hace parte de la colaboración ente EL MORICHAL y la Fundación Cultural Llano Adentro

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