La indignante realidad de estudiar bajo los árboles en Vichada

En una escena que raya en lo inverosímil para pleno siglo XXI, cientos de niños, niñas y adolescentes de la Institución Educativa Bilingüe Jorge Eliecer Gaitán, ubicada en Puerto Carreño (Vichada), se ven obligados a recibir clases en precarias condiciones: algunos literalmente al aire libre, bajo las ramas de los frondosos árboles de mango que rodean la institución.

La razón de esta indignante realidad es clara: la falta de infraestructura educativa adecuada que permita albergar dignamente a todos los 640 estudiantes matriculados en el plantel. Solo 490 de ellos cuentan con las condiciones mínimas dentro de las 14 aulas disponibles.

Los otros 150 alumnos, pertenecientes en su mayoría a las comunidades más vulnerables, reciben las clases en carpas improvisadas, rotas por el deterioro, a la sombra de los árboles frutales o en el polideportivo de la institución.

Se trata, según César Rodríguez, rector del colegio, de un espectáculo desolador que se extiende por años. A pesar de los reiterados llamados de la comunidad educativa, las soluciones permanentes continúan siendo una promesa tambaleante.

«Yo creo que desde el 2019, hemos hecho un promedio de 10 a 15 requerimientos de ayuda al año. Son más de sesenta requerimientos», manifestó el rector. La insistencia de la comunidad educativa permitió que, en el 2022, además de realizar mejoras al comedor escolar y cambiar la cubierta de la cancha deportiva, la Gobernación de Vichada construyera dos aulas para amortiguar la situación, pero no fue suficiente. La matrícula educativa siguió aumentando. 

Los estudiantes del colegio buscan alternativas para recibir sus clases.
Esta es una de las carpas que hace las veces de salón. Son estudiantes del grado cuarto de primaria.

Concentración, una quimera bajo el sol abrasador

La peor parte de esta historia la tienen los 70 estudiantes del octavo grado. El intenso calor, las inclemencias del tiempo y hasta los ruidos y movimientos de la naturaleza que los rodea, configuran un entorno caótico que atenta contra su capacidad de aprendizaje.

«Yo me levanto súper desanimado para venir al colegio porque uno al llegar a esa puerta principal es desánimo total, porque no puede recibir clases normales sin distracción, no estamos entendiendo bien las asignaturas», confesó con frustración Cristian Felipe Unda, personero estudiantil de 16 años.

Su compañera Ying Johannys Rodríguez, contralora escolar, no pudo disimular su preocupación. «Venimos a tomar las clases y no podemos recibirlas bien, hay mucha bulla que genera desconcentración en uno, la brisa que pega acá tumba nuestros objetos, y me da miedo con un animal, una culebra que pueda bajar de un árbol de mango».

A la intemperie, además, los escolares y profesores quedan expuestos al intenso calor de la región y a eventuales lluvias que han empapado sus uniformes, útiles y apuntes en repetidas ocasiones.

«Por tomar las clases afuera, al aire libre, nos hemos mojado cuando han caído las lluvias, nos mojamos los uniformes, los cuadernos, los zapatos, es muy desagradable esta situación», dijo William Guayabo, estudiante del colegio.

Los maestros también se ven afectados por la falta de un lugar adecuado para impartir sus clases. Efraín Ponare, profesor de ciencias naturales, reconoce los enormes esfuerzos que debe realizar para simplemente lograr que sus alumnos lo escuchen entre el barullo del exterior. «Escuche usted, cómo estoy de afónico de tanto gritar al aire libre para que me escuchen mis estudiantes, la voz se pierde así y, en el esfuerzo, uno malgasta la garganta porque grita y grita a toda hora».

La institución educativa cuenta con dos carpas móviles donadas en el año 2021 por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en las cuales estudian los 80 alumnos del cuarto grado de primaria. Sin embargo, estas solo brindan un techo de plástico deteriorado que no soluciona el problema de fondo.

“Es un poco incómodo para mis estudiantes como para mí, porque estamos expuestos al calor que se vuelve sofocante”, indicó la profesora Elizabeth Vera. «Cuando llueve, esta carpa tiene huecos por todos lados, se inunda y toca irnos a la cancha que tiene un poco más de protección». 

Vera, quien, junto a los estudiantes ha tratado inútilmente de mejorar el ambiente decorando las carpas, asegura que estas no cuentan con condiciones de salubridad, lo que ha generado afectaciones en la salud de quienes imparten o toman las clases allí, sumado a la contaminación por el polvo y la exposición al sol inclemente. «En este momento tengo la voz afónica porque hay mucha brisa que levanta la tierra, el polvo, y lo absorbemos todo”. 

Ante la negligencia de los entes gubernamentales, los padres y madres de los estudiantes se han sumado a los reclamos y la exigencia de los derechos más básicos en materia educativa para sus hijos.

«Estamos muy preocupados porque los niños están trabajando al aire libre, no están en salones ni en carpas ni nada. Nos preocupa porque viene el invierno y ¿qué va a pasar con ellos?», cuestiona angustiado Oscar Guayabo, padre de cuatro estudiantes del plantel.

A la falta de infraestructura apropiada se suma otro lastre importante: la carencia de una planta docente suficiente para cubrir todas las necesidades académicas de los 640 alumnos matriculados.

«También faltan docentes en las aulas y le pedimos nos ayuden, somos padres de bajos recursos», implora Guayabo a las autoridades competentes.

Indígenas, afros y venezolanos, los más afectados

La gravedad del caso se acentúa al conocer el perfil multicultural de la comunidad estudiantil en el Jorge Eliecer Gaitán. Más del 60% de los 640 alumnos pertenecen a comunidades indígenas como los sikuani, sáliba, piapoco, puinaves, curripaco y amorua.

Adicionalmente, hay presencia de estudiantes afrodescendientes, mestizos y unos 240 migrantes venezolanos que representan más de la tercera parte del alumnado total.

En esta institución de enfoque etnoeducativo, destinada a preservar los arraigos culturales del Vichada, las carencias en infraestructura ponen en riesgo no solo el derecho a la educación, sino también la conservación de la diversidad étnica de la región.

El rector Rodríguez, perteneciente a la etnia sikuani, considera que, al ser la única institución que lucha por garantizar la educación a las comunidades indígenas, vulnerables y campesinas de la zona, merecen una pronta respuesta de los gobiernos nacional, departamental y municipal.

Autoridades proyectan soluciones a corto y mediano plazo

Tras ser confrontado por este medio de comunicación sobre la crítica situación, el secretario de Educación Departamental, Juan Carlos Colina, admitió que existe un «cierto desorden» en la estructuración y prestación del servicio educativo en Vichada.

Colina atribuye esta realidad a la creciente demanda estudiantil y a las órdenes impartidas por entes de control que, accionados por denuncias de padres de familia, obligan a las instituciones a ampliar cupos sin las garantías de infraestructura adecuada.

«Las instituciones educativas dicen ‘no, póngame los docentes que nosotros nos encargamos del resto’, pero eso no es tan cierto, porque después que una administración pone un docente y autoriza un grado, se le vienen todas las otras responsabilidades encima», explicó. Y agregó que lo ideal es abrir nuevos cupos cuando se cuente con la capacidad instalada.

Según el secretario de Educación, a través del Plan de Desarrollo Departamental, que está en construcción en la actualidad, se proyectará la construcción de tres aulas para el colegio Jorge Eliecer Gaitán. Colina también explicó que, posiblemente, la Alcaldía de Puerto Carreño construya un salón de clases adicional.

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