El problema no son los árboles, el problema son los cables
Por: Ángela Aristizábal-Botero Foto portada: Palochisme
Hoy vengo a contarles un sueño que tuve. Estaba con mi familia en un pueblo esperando un transporte después de haber pasado unas vacaciones inolvidables en medio de una naturaleza exuberante llena de bosques y lagos. En ese pueblo hacía un calor infernal. El sol calentaba las placas de cemento y no sabíamos si nos íbamos a quemar más por los rayos que llegaban desde arriba o por el vapor caliente y la resolana que emanaba el suelo caliente en el que estábamos parados. De repente me desperté y pensé, “es que el problema no son los árboles, el problema son los cables.”
Este sueño que tuve me llevó en un salto cuántico, como dirían los gurús de las leyes de la atracción, a mi amado pueblo, Inírida. A pesar de que ya llevo varios años sin vivir allí, aún lo siento como mi hogar y cada vez que tengo la oportunidad agarro un avión y me vuelo a ese pedazo de planeta en donde el tiempo va más despacio y todos los problemas de las grandes ciudades y el resto del mundo pasan a verse como una película distante hecha por uno de los tantos malos directores hollywoodenses.
En mi amado terruño, al igual que en muchos lugares del planeta bendecidos con la posibilidad de tener árboles ancianos y de copas frondosas, hemos disfrutado de tener calles sombreadas por las cuales es un deleite caminar. Así de plácida me sentía yo cada vez que tenía la oportunidad, la buena suerte de poder bajar del centro al puerto caminando o en bici, buscando las ramas del viejo Palochisme lleno de vida y color, sirviendo de refugio a otros cientos e incluso miles de especies, que de manera silenciosa han observado y escuchado los chismes de la gente de mi pueblo.
La última vez que pasé por ahí, no pude evitar tomarle una foto, espero que les guste. Ahora que trabajo como bióloga, y he podido aprender de aquellos que pasan su vida contando plantas, hongos, insectos, aves, mamíferos, y muchos otros organismos diminutos que escapan a nuestros ojos, he decidido venir a contarles también a ustedes que me leen, que un árbol no es sólo un ser vivo, como nos han enseñado desde la escuela. Cada árbol viejo y frondoso debería verse como un universo en sí mismo. La cantidad de especies animales, vegetales y de microorganismos que viven en un solo árbol es tan grande que no me van a creer lo que les digo. Quizás este sea el chisme mejor guardado que tenía nuestro amado Palochisme.
Les voy a dar unos cuántos números de lo que hemos encontrado, a ver si los convenzo. Al momento en que escribo esto, marzo de 2024, hemos encontrado que en un solo árbol pueden vivir 114 especies de orquídeas, 28 especies de helechos, más de 300 especies de musgos, más de 100 especies de líquenes (que son organismos formados por una asociación de un hongo y un alga), además este “simple” árbol puede ser usado como refugio y zona de alimentación por decenas de aves, mamíferos, anfibios y reptiles, sin dejar de lado a las miles de especies de invertebrados (gusanos, caracoles, arañas, ciempiés, insectos, etc.), entre los que cabe resaltar la enorme abundancia de Hymenopteros, grupo en el que se encuentran las hormigas, las abejas y otros reconocidos polinizadores, sin los cuales nuestra especie enfrentaría graves problemas de escasez alimentaria.
No sé si estos datos les impresionen o no (aunque espero que sí), pero esto que les cuento son los resultados que hemos venido extrayendo de apenas tres árboles, uno del amazonas, otro del piedemonte y otro del bosque de la cordillera occidental de los Andes. Tres árboles inmensos de entre 30 y 50 metros de altura con copas que rondan la misma longitud. Los datos aún están siendo revisados por expertos en cada uno de los grupos y esperamos poder contarle al mundo con más detalle las cifras exactas. Por ahora lo que ya es un hecho es que, como le dije antes, un árbol es miles de veces más importante que una vida, un árbol representa miles de vidas en sí mismo.
Teniendo en cuenta este chisme que les traigo, ¿no les parece a ustedes que resulta ingenuo pensar que cuando se tala un árbol de este porte podemos reemplazarlo fácilmente? ¿Cuántos árboles jóvenes necesitaríamos? ¿Al menos 100? ¿Y cuánto tiempo debe transcurrir para que al menos uno de esos 100 alcance la madurez necesaria para poder alojar a las miles de especies que les conté antes? Toda una vida humana no sería suficiente para ver a ese nuevo árbol alojar el equivalente de especies que su ancestro talado.
Entonces, retomando mi frase inicial. Pongamos en una balanza acabar con un ecosistema completo, que sería una definición más cercana a lo que viene siendo un árbol de este tipo, o meterle un poco más de ingenio (que se supone que es lo que tienen los ingenieros, según me decían mis estudiantes de ingeniería ambiental) y recursos a la planificación de las vías en nuestro territorios. Invito a todos los que leen este pequeño sueño a inclinarse por el ingenio humano y abogar por la defensa de nuestro patrimonio.
Elevar los postes de los cables de luz es una de las opciones que ya varias ciudades, incluida Bogotá ha optado para proteger su bella arboleda sobre la calle 26. Poner los cables subterráneos, cambiando las lozas de cemento rebajado por materiales de buena calidad y tubos protegidos de las raíces de los árboles es otra opción, por la cuál se inclina la balanza en la mayoría de las urbanizaciones del planeta. ¡Ah, porque sí! las raíces también son importantes, y lastimosamente aún la ciencia no se ha tomado el trabajo titánico de contar cuántas especies viven asociadas a las raíces de los árboles, pero, sin miedo a equivocarme, les cuento que el número será mayor a lo que les conté que habita en el tronco y las ramas.
Otra amable sugerencia, y con esta me despido, amigos de la administración pública, valoren el aporte que desde la biología y la ecología les podemos dar al diseño de las ciudades. Al final, una ciudad es también un ecosistema y eso es lo que nosotros estudiamos. Si nos preguntan a nosotros (o a nuestros ecólogos ancestrales que son los sabios indígenas), podemos orientar la toma de decisiones antes de decidir qué especies de árboles incluir en el diseño de las vías. Por ahora los dejo con esta frase que me dijo un pasiano (forma cariñosa de decirle a un coterráneo): “hay que sembrar árboles que se dejen podar bonito, que la raíz crezca derechito para abajo, que no sequen la tierra y que la semilla se consiga en el monte”.
Excelente artículo. Sabiduría al 100%.
Excelente nota me parece que el término de ecociudadades o ciudades sostenibles amerita un foro urgente para no repetir lo mismo,como lo sugiere la autora para diseñar un nuevo modelo de cuidad .
Excelente
Hola Profe! Gracias por ese escrito! Muy hermoso muy inspirador lo único que quizás modificaria es que un árbol vale más que una vida humana, sin embargo entiendo que está nota hace que podamos entender la importancia de ellos, sin embargo quizás podría ser un poco fuerte! Perro de resto está muy lindo, sencillo y plasmas toda la profundidad de tu carrera en palabras muy sencillas! Gracias
Hola Katerin, gracias por comenta. Te cuento que mi intención jamás fue decir que un árbol vale más que una vida humana, más bien que la duración de una vida humana no es lo suficientemente larga para poder ver cómo un árbol se llena de todos las vidas que lo habitan. Para mí todas las vidas son sagradas y el reto está en lograr convivir en armonía. Saludos!
Bonito unir los conocimientos modernos de la ciencia y los conocimientos ancestrales de las gentes de los montes y las selvas, en favor de un futuro más tejido entre ciudades y naturaleza. Gracias!