Danilo, un indígena preparado para sacar la guerra de la tierra
Danilo es uno de los 16 hombres en proceso de reintegración que se certificaron como desminadores, con la organización internacional The HALO Trust, en el entorno controlado de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), ubicado cerca de San Juan de Arama, en el departamento del Meta. «Cuando uno está por allá en el monte lo enredan, y uno no piensa en nada; ahora quiero salir adelante, trabajar para que las personas puedan regresar a sus viviendas, y ayudar poco a poco para que podamos vivir en paz», cuenta este hombre que estuvo en las filas de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Danilo tiene 21 años de edad, es indígena Emberá – Katios, del Departamento del Chocó, y lo distinguen por su tatuaje en la frente. Sus padres se separaron cuando tenía 6 meses de nacido, quedando al cuidado de su abuela, una mujer de casa, muy humilde. Danilo, un día se fue para la guerrilla sin pensarlo dos veces, pues le aseguraron que le pagarían grandes cantidades de dinero, y así, ni su abuela ni él pasarían necesidades en esta zona de Colombia donde el conflicto y la pobreza estaban ligados.
«Después de ingresar al grupo no me dieron un sólo peso, y tocaba muy pesado. De verdad que la violencia es algo muy horrible. Por lo que yo tuve que pasar, no quisiera que nadie más la viviera, hay que trasnochar, cargar mucho peso y estar alerta porque en cualquier momento puede pasar lo peor», afirma.
Este joven indígena permaneció en el grupo armado durante tres años, pero eso es algo que quiere dejar atrás. Ahora se prepara para poder trabajar como desminador en cualquier parte del país. «Tengo muchas ideas, porque aquí a uno le cambia la mentalidad, y mi ilusión es seguir adelante. Mi deseo es que los que me conocieron antes, me vuelvan a ver y se sientan orgullosos de mí», comenta.
Danilo se salió del grupo guerrillero y explica que no huyó, simplemente dijo: «me voy», y así fue. Permaneció en el hogar de paz, del Ministerio de Defensa, en la ciudad de Cali y después pidió traslado para Lejanías (Meta), donde vivía un primo. «Yo me vine en busca de oportunidades, mi primo dijo que la agricultura por aquí dejaba plata y sin pensarlo dos veces, me vine con mi esposa. Al principio no teníamos ni en qué dormir, pero gracias al trabajo, fuimos reponiéndonos poco a poco, y ya tenemos lo necesario para vivir», dice.
En el presente Danilo se encuentra en un entorno controlado de la ACR, que cuenta con el apoyo técnico y financiero de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y The Halo Trust; donde le enseñan a detectar las minas enterradas en la tierra.
Desde las 9 de la mañana, hasta las 3 de la tarde, Danilo, al igual que sus compañeros, se dedican exclusivamente al curso en primeros auxilios, pues es otro de los requisitos para poder certificarse como desminadores; y a las 4 de la tarde, llega una profesora del Colegio de San Juan, con diferentes talleres y actividades para que puedan obtener su certificación académica.
Así avanzan sus días entre aprendizajes y juegos, porque al finalizar las actividades escolares se disponen a jugar fútbol. «Yo sólo tengo agradecimiento con todos, porque ha sido una experiencia única», cuenta Danilo, mientras llegan a su mente diferentes recuerdos. «Le cuento que cuando me dieron permiso para ir a la casa, mi esposa no me creía que yo estaba trabajando, porque dijo que yo no estaba quemado del sol y además estaba más gordo», recuerda entre risas.
Tal vez, lo único difícil ha sido separarse de su familia por varios días, en especial de su pequeña hija de dos años. «Yo no sé si las niñas de los blancos son así, pero mi hija es muy apegada a mí. Yo estoy acostado y allá llega, me voy al baño y se va detrás, me abraza, me da picos, verla a ella es una motivación para trabajar fuerte, pues quiero que ella llegue lejos y se convierta hasta en profesional», cuenta Danilo.
Pese a su estatura Danilo tiene sueños muy grandes, y hace especial énfasis en su comunidad Emberá. «Ellos vieron que yo me vine sin anhelos, cuando yo vuelva quiero que se encuentren con mi otra versión, que se den cuenta que estudié, que me capacité y que no me fui a un grupo por malo, sino porque no tenía otra opción, yo sé que, si yo llego con conocimientos en primeros auxilios, en desminado humanitario civil y en todo lo que he aprendido, podré ayudar a mi comunidad y me volverán a querer», concluye.
En total fueron 32 personas las que se certificaron como desminadores humanitarios; 16 personas en proceso de reintegración, y 16 de la comunidad, muchos de ellos víctimas del conflicto armado de manera directa o indirecta.