Así se colonizó el departamento de Guainía

Por: Cesar Mora
Foto portada: Wilfredo Amaya - Revista Semana

La historia de nuestro departamento está marcada por el poblamiento mismo de la región oriental de la Amazonía; el poblamiento fue un proceso de ocupación de los territorios indígenas, quienes vivían en estas tierras desde antes de la llegada de los “conquistadores” y los misioneros. Al ser el Guainía una zona incrustada en la triple frontera -como bien lo expresa nuestro himno-, siendo una franja de transición entre la selva espesa de la Amazonía y las llanuras abiertas de la Orinoquía, con grandes ríos que fungen como vías de transporte, el territorio que ahora comprende el departamento era y es un lugar con todas las comodidades y recursos de fauna y flora necesarios para la existencia de propios y extraños.

El arribo de los europeos fue acompañado en un principio por la iglesia católica y se produjo por varias rutas. Por el río Orinoco entraron españoles, holandeses, ingleses y alemanes; por el río Amazonas y su afluente el río Negro penetraron los portugueses; y por los llanos orientales y río Guaviare, ingresaron españoles que descendieron de los Andes.

La estrategia de poblamiento de la conquista fue la fundación de pueblos concentrando a la población indígena, para que sirviera en las haciendas y en las fincas mediante la explotación forzada de su trabajo para la prestación de servicios personales. Cuenta doña Rosa Luzardo, abuela de más de ochenta y siete años, que en los primeros años de la llegada de los “blancos” a estas tierras “no había motores y nos transportábamos a remo, mi papá era quien los cargaba a ellos”. Al no existir centros administrativos y debido a la tardía conquista, las misiones evangélicas se convirtieron en las instituciones rectoras del orden, la civilización y la obediencia al rey.

La búsqueda del oro fue el principal motivo de la irrupción europea en estas tierras; españoles, portugueses, ingleses y franceses emprendieron muchas incursiones militares en busca de la ciudad de oro de Manoa. En sus incursiones, la cacería de indígenas para ser esclavizados y dispuestos a trabajar en las haciendas que poseían en la región de Guayana y las islas del Caribe, fue una práctica común de los invasores europeos.

Desde el comienzo del siglo XX, las actividades económicas mundiales con repercusión en las nacionales, dirigieron su interés hacia la selva tropical de Guainía para la explotación de los recursos del bosque, como plumas de aves, pieles de tigrillo, cachirre, perros de agua, animales exóticos vivos (guacamayas, monos, jaguares y tigrillos), resinas, fibras (chiqui-chiqui, cumare y palo boya), bejucos y variedades de caucho. Es entonces cuando llegan al territorio población blanca y mestiza, y los ecosistemas comienzan a ser desgastados significativamente.

El caucho requerido por los mercados de Norteamérica y Europa, fue controlado inicialmente por empresarios brasileños y posteriormente, en el siglo XX, por venezolanos, como Roberto Pulido y Tomás Fúnez cuyas acciones se desarrollaron principalmente en las áreas de los ríos Guainía, Isana y Negro, produciendo un gran impacto en la historia del pueblo Curripaco, que fue sometido a dicha explotación. Doña Rosa cuenta también que: “Mi papá comenzó trabajando el caucho y el pendare; quienes compraban el caucho y el pendare en esa época eran el señor Mario Castilla y Don Pedro, ellos fueron los primeros colonos que llegaron acá, como compradores de caucho y otras cosas”. Tomás Fúnez dominó con terror y crueldad las caucherías, esclavizando y persiguiendo a la población indígena, hasta su asesinato en 1921. Todas las actividades económicas estaban basadas en la extracción de los recursos naturales; y una de las consecuencias graves de este periodo fue la pérdida de milenarias unidades familiares indígenas y su dispersión por todo el territorio selvático fronterizo.

El transporte de artículos y el comercio de los caucheros dependían del río Orinoco, pues el comercio se realizaba con Venezuela y Brasil. Para ese entonces sólo existía una pequeña aldea colombiana, Amanavén, y un puesto de policía, Puerto Limón, sobre el río Guaviare y por el río Guainía, San Felipe. Las comunidades indígenas, dispersas por el territorio, vivían aún en malocas.

Desde la segunda mitad del siglo XX llegaron con las corrientes migratorias los nuevos evangelizadores, que concentraron la mayor parte de sus actividades en las comunidades Puinave y Curripaco. En 1943, la americana Sofía Müller, pastora de la iglesia evangélica Misiones Nuevas Tribus, se propuso la tarea de convertir a los indígenas al cristianismo en la versión evangélica, imponiendo el sistema mülleriano de educación, lo que dio origen a una mayoría evangélica en el Departamento.

Igualmente, la migración desde el interior del país hacia el Departamento empieza en los años cincuenta, motivada en especial por la violencia política. Los migrantes se concentran en la zona del bajo río Guainía (Alto río Negro) y se dedican a la comercialización de la fibra de chiqui-chiqui y del caucho, para posteriormente trasladarse a las bocas del río Guaviare y al caño Guaribén. Allí establecen cultivos de pan coger e inician la ganadería en tierras de buena calidad por estar en la vega de un río de origen andino. A finales de la década del sesenta, el mercado mundial de pieles generó una nueva oleada de migrantes interesados en la caza y en la extracción de los recursos naturales.

De otro lado, entre 1965 y 1990, se presentan tres eventos de especial significación relacionados con el periodo de instauración y consolidación del Estado colombiano y sus instituciones gubernamentales, la incursión y desarrollo de actividades cocaleras y la apertura del proyecto minero en la serranía de Naquén.

Con respecto al primero, la organización político-administrativo de la jurisdicción, a comienzos de la República, Guainía formaba parte de la Provincia de Popayán; luego, perteneció a la antigua Comisaría de Vaupés hasta el año de 1963. Posteriormente, se creó la Comisaría Especial de Guainía -Ley 18 del 13 de julio de 1963-, durante la presidencia de Guillermo León Valencia, con San Felipe como su capital; en 1965, el comisario comenzó a buscar un terreno apropiado para la constitución de su capital; su principal preocupación fue la construcción de una pista de aterrizaje. Buscó en la Ceiba, luego en Caranacoa y finalmente encontró el lugar que se trasladó al actual sitio denominado Las Brujas. Emilio Acosta, abuelo del pueblo Puinave nos comentó: “mi familia viene de la bocana del Caño Puma, ubicado más arriba del Raudal Alto. El Primero en venirse de allá fue mi abuelo y nosotros nos venimos detrás de él, lo buscamos en Caranacoa y no lo encontramos, nos dijeron que él vivía aquí en Inírida. Mi abuelo se llamaba Capitán Sapo, llegamos acá y nos avisaron que, si él vivía acá pero que había fallecido, encontramos solo a la esposa, pero nunca conocimos el nombre de ella.

Nos quedamos acá, hicimos nuestras casas ahí donde ahora están las casas de los blancos, donde ahora está la casa de José Lara, hasta ahí llegaban las casas de nosotros; hasta el puerto de Etelvina, donde están esos palos grandes, ahí quedaba la casa del papá de Yojín.

Después de cinco años, es cuando empezaron a llegar otra gente, la primera persona que llegó se llamaba Prrug, él vivía donde hoy es la plaza de mercado, dónde está el árbol de Ceiba frente a la policía.

Ahí vivíamos nosotros por cinco años, no había ningún blanco, solo nosotros; teníamos la iglesia al frente de la casa de Lara… esa iglesia la quemó el cura, él estaba bravo en ese entonces; el cura vivía en la Ceiba, él se dedicó a quemar nuestras iglesias, también quemó la iglesia de Caranacoa. Así era la situación en ese entonces. Fue el momento en que llegó el primer Comisario que se llamaba Hernán Diva.

Me acuerdo que la primera voladora venía de abajo y pasó directo hacia la Ceiba y decidimos ir a visitar al comisario con mi suegro, él se llamaba pedrito y tenía un motorcito tres, en ese motor nos fuimos hasta la Ceiba para conocer al Comisario. Después nos regresamos otra vez a este lugar, pero nosotros creíamos que él se iba a instalar allá mismo, por eso estábamos tranquilos aquí viviendo, en nuestra comunidad.

Después el comisario bajó hasta acá y estuvo revisando la tierra ahí para ver si se podía hacer una pista de aterrizaje, luego se dieron cuenta que ahí no era buena tierra para construir la pista. Allá vivieron los primeros dos blancos de estas tierras, Pacho y Dídimo, después ellos bajaron hasta acá y hablaron con mi papá Delfín Acosta quien era el capitán de esta comunidad.

Un ingeniero llegó a donde nosotros, nos preguntó por una sabana y le mostramos el camino donde estaba la sabana; nosotros mismos lo acompañamos hasta la sabana, donde midieron y se fueron de nuevo a Caranacoa. El comisario se había radicado en Caranacoa, pero luego se vinieron acá y trajeron todos sus equipos de trabajo, uno de ellos era Alejo Caicedo, el resto ya fallecieron.

Después de que llegó el comisario empezamos hacer caminos para hacer la pista, yo trabajé con ellos, después de que estaban instalados comenzaron a llegar más personas del equipo del comisario, también llegaron los primeros soldados y también más blancos.

Desde esa época nos corrieron a nosotros hacia la Zona Indígena, allá también construimos nuestras casas, las casas que teníamos en el centro se las regalamos a ellos (los blancos), en ese tiempo también empezaron a llegar las bebidas alcohólicas, empezó a llegar mucha gente, no sólo blancos sino también de otras etnias, así fue como empezó la ciudad en la que hoy vivimos; luego de un tiempo, de la Zona Indígena nos fuimos hacia el río Guainía y nos regresamos por el río Inírida, en esa ocasión nos quedamos acá en el Paujil, ese pueblo era de nosotros, esa es la historia”.

Al lugar lo denominaron Puerto Obando, nombre que se cambió en 1974 por el de Inírida que hace mención a las flores silvestres que crecen en el Departamento. Guainía fue constituido como Departamento Especial por medio del artículo 309 de la Constitución Política de Colombia de 1991.

El segundo evento de trascendencia en la región sucede en la década de 1980, con la aparición de las actividades cocaleras que se instauraron en el río Guaviare, río Inírida, caño Bocón y caño Guaribén, provenientes del Alto Guaviare. A mediados de la década de los noventa, las autoridades del Estado combaten los cultivos ilícitos en el caño Guaribén, minimizando los cultivos de coca. En el transcurso de los primeros cuatro años del dos mil (2000-2004), se desarrollaron incursiones militares en territorios de Guainía gobernados por fuerzas al margen de la ley (guerrilla y paramilitares), quienes causaron migraciones de grupos de personas desplazadas que, finalmente, se han asentado en la ciudad de Puerto Inírida, mientras que otros han salido del Departamento.

Más tarde vino el sueño del “dorado contemporáneo”, alimentado por la explotación aurífera en el río Guaviare, la serranía de Naquén, El Remanso, Venado, Cerro Nariz, Chorro Bocón y de El Dorado (frontera con Brasil y Venezuela), trayendo consigo nuevos colonos (blancos, mestizos y negros). Con la bonanza del oro llegaron más colonos al Departamento, muchos de ellos desde Brasil; y una vez terminada, la gran mayoría regresaron a los lugares de origen o se radicaron en Puerto Inírida.

Las diferentes transgresiones ocurridas dentro de sus territorios han tenido ritmos e intensidades variadas, dependiendo de las motivaciones, las actividades para desarrollar, las posibilidades de acceso geográfico y las particularidades étnicas de las sociedades agredidas. Los invasores de la Amazonia de todas las épocas y singularidades, han coincidido en su predisposición colonizadora, etnocéntrica y excluyente hacia los pueblos indígenas, legítimos dueños de esas dimensiones sagradas de riqueza, vida y espiritualidad.

El europeo referenció a los pueblos indígenas desde la perspectiva esclavista, para comercializarlos o para domesticarlos y desde la misionera, para deshumanizarlos, transmutarlos y sedentarizarlos. Ambas acciones tuvieron como finalidad el despojo de sus propiedades, el sometimiento y la explotación, lo cual se cristalizo en inmensas fortunas que se enviaron a la metrópoli.

El cauchero invasor de la primera mitad del siglo XX, los habría referenciado desde la perspectiva esclavista para el máximo rendimiento de la explotación del árbol, logrando su propósito y, a su vez, la desintegración física y étnico-cultural de innumerables colectividades indígenas.

El colono, el minero, el maderero y el empresario pesquero, desde la segunda mitad del siglo XX, han referenciado a los pueblos indígenas como remanentes de conglomerados disueltos, salvajes sin comprensión de sus derechos y obstáculo para los fines exploratorios y explotatorios de los múltiples minerales y riquezas bióticas y forestales yacentes en el seno de sus territorios.

El colono cocalero y el empresario narcotraficante los referenciaron como una población trashumante, disgregada en inmensidades territoriales inabarcables e inexpugnables. Para ellos, las inmensidades amazónicas estaban predispuestas para el uso de las plantaciones ilícitas, ya que dentro de sus percepciones no tendrían propietarios.

Para todos, colonos, mineros, cocaleros, narcotraficantes, madereros, pesqueros, multinacionales, funcionarios de entidades públicas, privadas y actores armados, los pueblos indígenas son considerados un impedimento para el desarrollo de la economía del país. Además, quienes no desconocen que son dueños consuetudinarios o legales vigentes de sus territorios, enarbolan la tesis, en sentido peyorativo, de que es demasiada extensión de tierra para gente que no la explota, insinuando la posibilidad de emprender de nuevo el despojo y la destrucción.

Bibliografía

  • Salazar C., Carlos Ariel; Gutiérrez R., Franz; Franco A., Martín, (2006). Guainía en sus asentamientos. Bogotá, Colombia: Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas- Sinchi.

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