Comunicar para Unir
Por. Héctor García Ospina
Una ojeada rápida al mapa de Colombia permite darse cuenta, sin demasiado esfuerzo, que el país es bastante más grande de lo que la información que nos llega a diario nos hace creer.
Está tan concentrada las información en lo que generan los grandes centros económicos y políticos del país, que resulta casi exótico enterarse, de tanto en tanto, de la vida en muchas zonas de nuestro territorio, a menos que se trate de episodios violentos de grandes proporciones o de hechos sobrenaturales que despierten el asombro de científicos, o de políticos con olfato de negociantes de ocasión.
Mirando hacia el oriente se encuentra uno de esos territorios olvidados, o por lo menos raramente citados, de los que, con seguridad, la mayoría de los colombianos no sabemos siquiera cuál es su capital, o que es el segundo departamento en extensión de Colombia, después del Amazonas, o que alberga en su territorio bellezas naturales como el Parque nacional El Tuparro. Se trata, claro, del departamento del Vichada, que alcanzó esta categoría con plenas facultades hace apenas 20 años, lo cual, por supuesto, no es atenuante del olvido.
Por supuesto, lo que sucede con el Vichada ocurre también con el Chocó, con el Amazonas, e incluso con zonas más cercanas al centro y con mayor actividad de todo orden. No obstante, es inadmisible que en plena era de las comunicaciones haya tan poca información relacionada con la vida de departamentos como el Vichada, o los antes mencionados.
No se trata de señalar, menos aún de denunciar, ingenuamente culpables o responsables de esta realidad. Sería muy fácil caer en el prurito de hablar de los medios masivos de comunicación como grandes empresas cuyo interés natural es el negocio utilizando como materia prima la información. No diríamos nada nuevo. Tampoco aportaría mucho poner el foco en los dirigentes políticos o los empresarios o los campesinos del departamento.
De lo que se trata es de llamar la atención sobre la imperante necesidad de conocer y entender la compleja realidad colombiana, en ocasiones tan simplificada por la información que recibimos de los medios masivos, pero también por la indolencia que nos caracteriza como nación, y que nos impide tener una amplitud de mira, tanto en términos geográficos, como en términos históricos, culturales y sociales.
Es hora, pues, en el marco de un acuerdo de paz y, ante el inicio de un exigente proceso de posconflicto, de apersonarnos todos de que somos una nación en todo el sentido de la palabra. Es decir, cuarenta millones de colombianos que compartimos un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados; que tenemos a nuestras espaldas una historia plagada de múltiples sufrimientos; que nos expresamos cotidianamente de maneras disimiles en el amplio espectro cultural; que anhelamos tener un mejor nivel de vida que se exprese en educación, salud, trabajo, etc. Y, sobre todo, que tengamos la suficiente grandeza para entender que con todas nuestras diferencias también podemos ser una sociedad feliz.
En esta tarea, que ha de ser permanente, la comunicación en todos sus niveles y formas tiene un papel insoslayable para no menospreciar ninguna de nuestras realidades por lejanas o escondidas que se encuentren.